Resplandecer.

| jueves, 13 de mayo de 2010 | |
Y ahí estaba sentado yo, moviendo los pies, escuchando música. Ahí estaba, muriendo, inactivo. Ahí estaba, en una especia de trance, que me llevó a pasados años.

¿Qué es lo peor de crecer? Tomar consciencia del mundo. Antes los días se hacían cortos, las andanzas con los amigos eran eternas, las preocupaciones eran nulas. Hoy, crecidos, todos estamos plagados en actividades que nos alargan los días de forma tediosa, que nos quitan el aliento vital, que nos sofocan. El problema es que todo eso que nos acongoja ahora nos rodeó siempre, pero, en un acto de madurez/inmolación, lo hicimos nuestro. ¿Me estaré volviendo lo que siempre he odiado? Este último tiempo he estado más inerte que de costumbre, llegando incluso a gritar de forma desesperada porque, simplemente, mi cuerpo no responde.

Recuerdos. Miraba a mi alrededor, buscando algo que me llevara al pasado, un perfume, una situación, algo etéreo. Las recordé. El deseo de estar con ellas fue fuerte. Imágenes de cada una de ellas pasaban por mi mente, como fotogramas de nuestras vivencias. Abracé ese momento, no porque sienta algo por ellas, sino por cómo me sentía en esa instancia. Actúo como un ordenador, moviendo archivos de una carpeta a otra. Una silueta interrumpe el proceso. Una joven, de facciones europeas, mueve los labios, pidiendo permiso para pasar. Muevo mis piernas y ella flota sobre el piso, rauda.

Verano. Noches enteras en una plaza, conversando sobre la nada y el todo. Caminar kilómetros en la noche sólo por caminar. No temerle a nada, ni siquiera a la muerte. Invierno. Hablar, bajo la caricia fría y seca del viento, abrazados a la niebla, caminando en círculos. Correr detrás de los vehículos de Seguridad Ciudadana, como un deporte olímpico, donde se deben batir marcas mundiales. Noches en la casa de alguien, conversando de cosas que sólo a nosotros nos importan. Veranos sentados en la calle, gritándole a la nada, saltando, tratando de tocar las estrellas. Los recuerdos paran, luego de que una figura brillante entra por mis ojos. Un número diecisiete brilla en una pantalla. Me paro y voy. Luego a la casa. Luego al mundo real.

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