Necesidades básicas ("ya, poh, tiremos").

| domingo, 28 de noviembre de 2010 | 0 comentarios |

Acostado sobre una alfombra, con los brazos en la nuca, el tipo, de unos 30 años, movía la cabeza al son de una melodía. En el sillón, con las piernas cruzadas y las manos a los costados, una tipa de edad similar mira el vaivén de la cabeza del hombre.

- Amor -dijo la mujer, con voz sensual- ¿tiremos?
- Pero Amor -constestole el tipo, incorporándose- estoy cansado. El mes pasado tiramos todos los días a toda hora.
- Pero amor, tirar es fundamental en nuestra relación. Recuerda esa vez que no tiramos en toda una semana -la mujer se lleva las manos a la cara- cómo estaba yo de odiosa.
- Pero Amor, no puedes ser tan dependiente del tirar. Sí, obvio, tirar es rico, pero hoy -ya con un poco más de aspereza en su voz- no tengo ganas, simple; llegué de la pega y quiero sólo escuchar jazz.
- Ay, amor, que andas fome ahora. Antes salíamos y ¡PUM!, tirábamos, pero ahora con tu trabajo nuevo cuesta. Ay, pero el mes pasado -modiéndose el labo- fue lo mejor.
- Mira, mira... llego de la pega y lo único que quiero es descansar. Además ya no estamos en edad de tirar muy seguido.
- ¡¿QUÉ?! -dijo la mujer, saltando del sillón, con los ojos extremadamente abiertos- estamos en la edad de la plenitud, Amor. Anda, ya, ya, vamos y tiremos.
- Convénceme -el tipo tipo ya había mordido el anzuelo.

La mujer, ya puesta de pie, va donde el hombre, abre las piernas y se sienta sobre él. Acto seguido le da un beso en la boca. El tipo la toma de la cintura. Luego de eso se paran, van a la pieza, se visten de negro, toman las llaves del auto y parten a una plaza. Ahí toman a un tipo, lo amarran, le ponen cinta adhesiva en la boca y lo echan en el portamaletas. Llegan a un lago, le amarran unos pesos y, por fin, tiran... al tipo al agua.

Lo que pasa con el amor.

| sábado, 20 de noviembre de 2010 | 1 comentarios |
Podría darle un sinfín de adjetivos a tu petición, desde chistosa, infantil, ególatra y hasta, cierto punto, tierna.

No soy muy bueno escribiendo de lo bueno, porque, generalmente, soy un amargado antitodo que le busca hasta la doceava pata al gato con tal de mantener mi acibarado modo de pensar. No soy bueno escribiendo de la felicidad porque encuentro que, estando en mis lapsus tristes y oscuros, veo e interpreto mejor el mundo.

¿Qué le pasó a mis entradas diarias al blog? Murieron porque no tengo rabia. Y toda la culpa es tuya, que me tienes feliz desde hace ya 2 años y algo (sí, señor lector, más de 2 años... saque cuentas y tráteme de poco hombre).

Me he convertido en un ser feliz, que se contenta con estar al lado tuyo y cerrar los ojos. Me he convertido en un ser sensitivo, que anda descalzo en el pasto (y se sorprende de los estímulos). Creo, incluso, que hasta me he vuelto más social (nota aparte: en estos momentos uno de mis gatos lame vigorosamente mis mejillas; vaya manía). Entonces ¿Por qué no escribo sobre ti? Porque no tengo esa nube negra que movía mis dedos y hacía funcionar mi cerebro. ¿Por qué? Por el mismo motivo que te repito día a día: te amo.

PD: en todo este rato, Dez, mi gato, no ha paro de saltarme encima y empezar a lamerme y morderme los dedos.