El último cómputo arroja como vencedor al candidato de los empresarios. La señora, de un Ecuador tan amplio que perfectamente podría generar su propio campo gravitatorio, sonrío de júbilo. Esa mueca en su cara se muestra adefésica, con dientes minúsculos y negros (claro, cuando los hay). Toma su cartera, se pinta los labios, toma la 210 y va a Plaza Italia a festejar por "el cambio y la igualdad" junto a otras señoras de dientes picados y aspiracionismo a flor de piel que serán vistas por sobre el hombro por aquellas mujeres de esbelta figura y dorados cabellos, con apellidos vinosos.
La señora llega a su destino, comienza a saltar y abraza a una joven. Ésta la empuja, le pasa su billetera y sale corriendo. Cuenta el dinero y se proyecta con la contratación de un nuevo decodificador para su choza. Y sus 8 hijos, de nombres ingleses adaptados al español y de distintos apellidos, en casa, jugando con el bracero que su madre dejó prendido.
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