Acostado sobre una alfombra, con los brazos en la nuca, el tipo, de unos 30 años, movía la cabeza al son de una melodía. En el sillón, con las piernas cruzadas y las manos a los costados, una tipa de edad similar mira el vaivén de la cabeza del hombre.
- Amor -dijo la mujer, con voz sensual- ¿tiremos?
- Pero Amor -constestole el tipo, incorporándose- estoy cansado. El mes pasado tiramos todos los días a toda hora.
- Pero amor, tirar es fundamental en nuestra relación. Recuerda esa vez que no tiramos en toda una semana -la mujer se lleva las manos a la cara- cómo estaba yo de odiosa.
- Pero Amor, no puedes ser tan dependiente del tirar. Sí, obvio, tirar es rico, pero hoy -ya con un poco más de aspereza en su voz- no tengo ganas, simple; llegué de la pega y quiero sólo escuchar jazz.
- Ay, amor, que andas fome ahora. Antes salíamos y ¡PUM!, tirábamos, pero ahora con tu trabajo nuevo cuesta. Ay, pero el mes pasado -modiéndose el labo- fue lo mejor.
- Mira, mira... llego de la pega y lo único que quiero es descansar. Además ya no estamos en edad de tirar muy seguido.
- ¡¿QUÉ?! -dijo la mujer, saltando del sillón, con los ojos extremadamente abiertos- estamos en la edad de la plenitud, Amor. Anda, ya, ya, vamos y tiremos.
- Convénceme -el tipo tipo ya había mordido el anzuelo.
La mujer, ya puesta de pie, va donde el hombre, abre las piernas y se sienta sobre él. Acto seguido le da un beso en la boca. El tipo la toma de la cintura. Luego de eso se paran, van a la pieza, se visten de negro, toman las llaves del auto y parten a una plaza. Ahí toman a un tipo, lo amarran, le ponen cinta adhesiva en la boca y lo echan en el portamaletas. Llegan a un lago, le amarran unos pesos y, por fin, tiran... al tipo al agua.