Ortodoncia pendiente.

| viernes, 20 de agosto de 2010 | 0 comentarios |
Corría, rauda y veloz, al local de comida rápida para buscar nuggets y alimentar a sus 8 hijos, de nombres ingleses adaptados al español y 5 apellidos distintos, donde sólo coincide el materno. Ya con el contenido en una bolsa de colores y cuya desintegración tardará 200 años, la señora de nimios y escasos dientes corre, mientras su voluptuoso cuerpo se mueve en una coreografía grotesca. Llega a su casa, construida de pedazos de madera, latas y cubiertas poliméricas de poliamidas. Pasa a un salón donde hay una especie de lavatorio, donde enjuaga sus gruesos apéndices. Luego se sienta a la mesa -digna improvisación de una antigua puerta- y llama a sus pequeños, mientras enciende su LCD de 53' y el decodificador de la televisión satelital.

El último cómputo arroja como vencedor al candidato de los empresarios. La señora, de un Ecuador tan amplio que perfectamente podría generar su propio campo gravitatorio, sonrío de júbilo. Esa mueca en su cara se muestra adefésica, con dientes minúsculos y negros (claro, cuando los hay). Toma su cartera, se pinta los labios, toma la 210 y va a Plaza Italia a festejar por "el cambio y la igualdad" junto a otras señoras de dientes picados y aspiracionismo a flor de piel que serán vistas por sobre el hombro por aquellas mujeres de esbelta figura y dorados cabellos, con apellidos vinosos.

La señora llega a su destino, comienza a saltar y abraza a una joven. Ésta la empuja, le pasa su billetera y sale corriendo. Cuenta el dinero y se proyecta con la contratación de un nuevo decodificador para su choza. Y sus 8 hijos, de nombres ingleses adaptados al español y de distintos apellidos, en casa, jugando con el bracero que su madre dejó prendido.

SSDD

| lunes, 16 de agosto de 2010 | 0 comentarios |
Antes me gustaba disfrutar el día, sentirlo a concho. Hoy por hoy sólo espero que, apenas abra los ojos, el día termine. Hace tiempo que no me levantaba así, con ganas de mandar todo a la mierda, con ganas de quedarme en la cama, mirando el techo, cual depresivo. Yo creo que el dolor de cabeza me tiene así, así que iré a automedicarme.

Mi amigo Eduardo y yo.

| sábado, 14 de agosto de 2010 | 0 comentarios |
En la entrevista lo noté raro, en el sentido de que algo no encajaba en él. Cuando habló la idea se aclaró. No cruzábamos muchas palabras, más que nada porque, realmente, me daba miedo que se sintiera mal por mi trato, acostumbrado a esas palabras.

Fue en una reunión del grupo, donde el Pancho tocó el tema para aclarar el asunto sobre el ambiente en el lugar de trabajo. Y le preguntó a secas, como un disparo directo a la frente, como un golpe de martillo en la nuca. Si la pregunta fue impactante la respuesta lo fue aún más. Lo dijo, sin doblegar su voz, sin mostrar ningún sentimiento adverso. Yo, personalmente, quedé de una pieza.

Eduardo, el Edú, es gay. Sí, gay. Y es mi amigo. Yo una vez, en pretéritos tiempos, tuve un amigo maricón -y podría ponerle mil adjetivos más, pero no viene al caso- pero no un amigo gay. El Edú es gay, pero no maricón.

Comenzamos a hablar y a entablar esta relación de amistad en el comedor. Se desplazó a los cubículos, donde hablábamos de música (tiene su pasado nümetalero), de películas y, para variar, contamos chistes. Nos molestamos mutuamente. Nos reímos de las leseras que dibujamos, si está muy lejos y nadie está viendo le tiro un papel mojado. El se venga y me tira un papel lleno del alfileres.

Hoy me dijo que le caía bien, que era con el que mejor se lleva. Mínimo, si le grabo las películas, jajajajaja.