Ahora no (ni nunca).

| domingo, 30 de mayo de 2010 | 1 comentarios |

Todos sueñan con uno, pero yo no. No ahora y, por como pienso, creo que nunca (más allá de considerarme un mal ejemplo). Todos dicen "más adelante"; todos lo tienen dentro de sus planes. ¿Qué pasa cuando llega así, sin avisar? Te caga la vida, te destruye, te amputa las extremidades, te chupa la sangre.

Puede ser que a XY no le afecte como le afecta a XX, porque el dolor, además de social y emocional, es físico. Puede ser que XY corra, con miedo, pero XX tiene las opciones más arriesgadas, perdiendo siempre, sin poder arrancar.

Fuerza, XX.

Historia (NO) vinosa.

| sábado, 22 de mayo de 2010 | 0 comentarios |

Recuerdo cuando, estando en Las Condes, escuchaba sus historia, todas cercanas al Club Hípico y redes sociales con apellidos vitivinícolas. Mi imaginación, en tono sepia, me llevaba a aquellas andanzas, de palabras bien marcadas y lenguaje inmaculado. Y me pasó lo que, justamente, me pasaba en el plano real: cierta repulsión, cierto resentimiento social. Todo esto cambia, claro, cuando la Historia de Chile no la cuentan de Plaza Italia para arriba, sino que de sectores tan emblemáticos como La Legua o la extinta Musa.

Cuando se juntan la Gloria y el Rena con mis abuelos, mi mente vuela. Me los imagino yendo a esos cines, llevando un cajón para sentarse. Veo a esas 2 mujeres, en ese tiempo jóvenes, caminando por La Legua, tomándose una pilsen con unos feriantes. Imagino al Pelado y a mi tata, solos en la casa, organizando una reunión social, llena de humo y carne de chancho. Imagino sus andanzas como un cuarteto del terror, tal como nosotros lo hacemos; parejas saliendo, viviendo el mundo de una manera más arriesgada.

¿Por qué prefiero una versión de la historia llena de tierra, sudor y sangre, ante un versión totalmente cinematográfica? Porque la primera es, simplemente, la verdadera.

Resplandecer.

| jueves, 13 de mayo de 2010 | 0 comentarios |
Y ahí estaba sentado yo, moviendo los pies, escuchando música. Ahí estaba, muriendo, inactivo. Ahí estaba, en una especia de trance, que me llevó a pasados años.

¿Qué es lo peor de crecer? Tomar consciencia del mundo. Antes los días se hacían cortos, las andanzas con los amigos eran eternas, las preocupaciones eran nulas. Hoy, crecidos, todos estamos plagados en actividades que nos alargan los días de forma tediosa, que nos quitan el aliento vital, que nos sofocan. El problema es que todo eso que nos acongoja ahora nos rodeó siempre, pero, en un acto de madurez/inmolación, lo hicimos nuestro. ¿Me estaré volviendo lo que siempre he odiado? Este último tiempo he estado más inerte que de costumbre, llegando incluso a gritar de forma desesperada porque, simplemente, mi cuerpo no responde.

Recuerdos. Miraba a mi alrededor, buscando algo que me llevara al pasado, un perfume, una situación, algo etéreo. Las recordé. El deseo de estar con ellas fue fuerte. Imágenes de cada una de ellas pasaban por mi mente, como fotogramas de nuestras vivencias. Abracé ese momento, no porque sienta algo por ellas, sino por cómo me sentía en esa instancia. Actúo como un ordenador, moviendo archivos de una carpeta a otra. Una silueta interrumpe el proceso. Una joven, de facciones europeas, mueve los labios, pidiendo permiso para pasar. Muevo mis piernas y ella flota sobre el piso, rauda.

Verano. Noches enteras en una plaza, conversando sobre la nada y el todo. Caminar kilómetros en la noche sólo por caminar. No temerle a nada, ni siquiera a la muerte. Invierno. Hablar, bajo la caricia fría y seca del viento, abrazados a la niebla, caminando en círculos. Correr detrás de los vehículos de Seguridad Ciudadana, como un deporte olímpico, donde se deben batir marcas mundiales. Noches en la casa de alguien, conversando de cosas que sólo a nosotros nos importan. Veranos sentados en la calle, gritándole a la nada, saltando, tratando de tocar las estrellas. Los recuerdos paran, luego de que una figura brillante entra por mis ojos. Un número diecisiete brilla en una pantalla. Me paro y voy. Luego a la casa. Luego al mundo real.

Gloria al Pulento.

| sábado, 1 de mayo de 2010 | 0 comentarios |
Y entró, con la mayor de las confianzas, a territorio enemigo, sin llevar ningún arma. Se acerca el jefe de la banda, apuntándolo con su Glock 17.

- Tu arma no me asusta -dijo el invasor- pues el de arriba me protege.
- Imbécil, en esto de las drogas no existe Dios - dijo el otro tipo, poniendo el cañón en la cabeza del visitante.
- El de arriba te castigará - gritó desafiante.
- ¿Seguro? - díjole, sacando el seguro.
- ¡GLORIA AL PULENTO!

Se oye un estruendo gigante. El hombre con la pistola cae al suelo, con el cráneo hecho añicos. En el techo de un alto edificio un tipo con una Bar 10 humeante todavía, luego de disparar.